viernes, 21 de febrero de 2014

ÉRASE... QUE SE ERA.


   Hace ya un tiempo en que una persona, viva, complaciente, idealista y siempre risueña, navegaba con pies firmes y alegres por los lares de este mundo, de su mundo, pensando que la vida a pesar de sus avatares era digna de ser gozada. Un joven confiado y confiador en el otro, aunque dicha virtud o defecto, le trajese más que una decepción. Aún así, su carácter y personalidad no menguaba, pues pensaba que de hacerlo por mucho que le aconsejaran, dejaría de ser el mismo para convertirse en no sabe quién. Su vida más íntima le hace feliz, su trabajo aunque duro y agotador lo hacía sentir realizado, su interacción social uno de sus más queridos hobbies, junto con las pequeñeces y trivialidades de las pequeñas rutinas diarias tan importantes como lo anterior para identificarse con el sentimiento de la felicidad. Su vida no era un cuento, su vida era normal, anónima, simple y compleja en partes casi iguales… Aún así, su interior insuflaba paz y su alma irradiaba algo, nadie sabe qué, contagioso como un virus pero agradecido por los que le rodeaban.

         Como os contaba, su vida no era de ensueño aunque la vivía soñando, con pies sólidos en el suelo, pero que permitían que su mirada brillara de forma especial y su faz estuviese siempre sonriente ante cualquiera que se topara con él. No le importaba que tal acto en una futura vejez le llenara de arrugas, pues cada una sería signo de una sonrisa, y a la par, de que alguien conocido o no, por un momento, se sintió bien con ella. De esta forma le gustaba actuar… O más bien, le gustaba ser. Un ser amante de la naturaleza, de los animales, de las personas… Comprensivo y a la vez diplomático, huyendo del conflicto no para esconderse de él, sino para alejarlo de los demás, pues su fin más preciado, buscado y querido era la armonía. Una persona que no se identificaba nunca con la palabra utopía, al contrario, era todo un reto por idealismo y convicción, arrebatar su significado para darle otro. Conseguir que dejara de serlo intentando conseguir lo que por definición era cuasi imposible hacer, y de esta forma y en pequeños grados ir erradicándola del diccionario y sentir que casi todo es posible. Sólo era una barrera más a derribar y de este modo seguir insuflando lo armónico.

         Pero las reinas malvadas siempre llegan y no con manzanas envenenadas cual cuento. Llegan sin esperarlas, sin percibirlas, sin avisar y sin ser llamadas. Aun así aparecen, y lo peor de todo, para no querer irse. Dicen que la vida da muchas vueltas… A este joven le pareció que lo metían en la mayor lavadora con el más alto grado de centrifugado. Su vida no giró, simplemente se paró como un antiguo reloj de mesa con sus agujas fijas siempre en la misma hora y blanquecino por el polvo incrustado de los años.

         La incomprensión se apoderó de su pensamiento, la perplejidad de su corazón, y esa quietad impuesta contagió su alma para aprisionarla con la más fuerte de las camisas de fuerza. Y no estaba loco, pero la cordura parecía desvanecerse ante el shock de lo que le acontecía, ignorante aún de lo que verdaderamente era. Sus ojos se apagaban aunque seguían brillosos. Esta vez un macabro resplandor ocular que sólo denotaba tristeza, abatimiento y derrota. Sobre todo, y nunca mejor dicho, real reflejo de su ánima agotada.

         La sonrisa se tornó en faz apagada, en mejillas sonrojadas al igual que su nariz, pues las lágrimas se tornaron en las más asiduas de las compañeras, cambiando de esta forma el color de su tez. Su idealismo se volvió en su contra dando paso al más absoluto y desolador pesimismo revestido de falsa realidad. Su vejez sería todavía más arrugadas y su cara todo un mapa donde las grietas y las patas de gallo ocultarían lo que un día era radiante para solamente denotar los sufrimientos vividos. Y lo más cruel, lo que más le hería, era que su armonía, su añorada armonía, se había marchado por no sabe qué puerta quedándose inmóvil para tratar de buscarla y recuperarla. La utopía se transformó al instante en axioma. Y sin saber cómo y a una velocidad vertiginosa, despertó una mañana y comprobó con cierta lucidez, que estaba aprisionado con unas impuestas cadenas con la más sólida de las aleaciones en sus eslabones. Y aquello que lo identificaba, construido en años, pasó de un plumazo a sentirlo efímero.

         Y desde ese momento, recobrando ánimos y contrarrestándolos los desánimos, intentaba cada día salir de esa cárcel impuesta. Su alma se quejaba de la situación que vivía y su único afán, con la mayor de las melancolías, era volver a ser la que era… A irradiar aunque como sacrificio por tal recuperación se perdiera algo de su esencia por el camino. Pero las esencias quieren siempre volver a su estado natural, ser libres y navegar por los vientos, y no estar enjaulada y amordazada por vete a saber que males allí la obligan a estar.

         Los días pasan, y la lucha continua intentando serrar uno a uno cada eslabón de esa pesada cadena para intentar recuperar, aunque sea mínimamente, lo que fue y no quiso dejar de ser. Y con el paso de cortos años, vividos como si fuera la peor de las eternidades, volvió a despertar para aunar valor esta vez e intentar conseguir de nuevo que la utopía deje de serlo. Y aunque la lucha no ha acabado, y su alma sigue obligada a estar callada, un nuevo impulso movido por recobrar su ser y la mayor de las melancolías, trata de zafarse de las garras que lo atrapan. Y no cejará en su empeño cueste lo que cueste, aunque por ello, parte de su ser quede oculto y no lo recobre. Pero el hecho de volver a ser algo parecido a lo que era, merece más la pena, que ser quién no es.

            Ese joven Soy Yo. Aunque puede ser cualquiera de ustedes.

        Y sí, preguntarán que sucedió, que misterioso acontecimiento causo tales avatares… enfermedad, desilusión, decepción, traumas, accidentes… qué más da. Pues cuando menos se espera la vida te mete en su lavadora para darte el mayor de sus centrifugados… Sólo una pequeña  recomendación. Intenten que el pestillo de dicha máquina pueda abrirse por su parte interna. Pueden evitar muchas cosas. Y si a alguien ven en esa situación, no piensen que es la colada de la vida… apresúrense en abriles la puerta y puedan salir del mareo producido por tanto golpe del tambor de tal metafórico electrodoméstico.

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