sábado, 9 de agosto de 2014

¿IRENE, ERES TÚ?

Noche de Julio. Aquí me encuentro en una de las muchas playas mediterráneas. La noche no apaga el entorno, pues una gigantesca luz lunar lo envuelve todo en un clímax que hace mucho que no vivo. Luna llena, con su peculiar color a miel rojiza que inspira sosiego junto al bello y tenue rugir de las olas marinas. Pero mi sentimiento no es ese, Irene. Mi sentimiento es de enfado y rabia desde el día que te marchaste a ese destino incierto del que nunca nadie vuelve. Hace un año de aquello, que tu despiste al volante me dejo en la soledad más abrupta y desoladora, muy distinta a la soledad serena que experimento sentado en la húmeda arena de esta singular playa.
No podrás hablarme… quizá ni siquiera lo deseo, aunque paradójicamente e ilógicamente escuchar tu voz una vez más vivificaría mi alma marchita con olor a podredumbre. ¿Por qué Irene? ¿Por qué se rompieron tantos sueños en miles de trozos cual espejo experimenta en su caída al suelo? Quisiera odiarte… pero no puedo. No me preguntes por qué, pero mi corazón dolido sigue amándote, aunque mi mente desprecie tal sentir. Tú te has ido, pero mi vida se marchó contigo allá donde fueres… Y al igual que tu no retorno, temo que tampoco volverá de vuelta esa esencia vital mía que te llevaste aquel día, hoy aniversario.
Qué paradoja, Irene… ¿eres tú? Pues siempre tuviste la habilidad de apaciguarme, de mostrarme el sentido común y aflorar las bondades ocultas que mi interior de forma latente guardaba. Pues la voz del silencio de esta noche veraniega está encadenando esa furia con la que venía, con la que quería mostrarte como consecuencia por tu partida. Pero las olas del mar, en su ronroneo cual gato adormilado serenan mi rabia. Y esa luna magistral que inunda el cielo azabache, ilumina mi rostro y las lágrimas que por él recorren. ¿Eres tú, Irene? Pues mi rabia atroz se está transformando en gratos recuerdos y rememorando tus ojos y sonrisas y todo aquello que me diste, lo cual me cambió a mejor gracias a tu sola persona.
Ahora no siento rabia. En estos instantes me fundo a la arena, al mar, a las estrellas, a la brisa y a esa luna que parece espiarme sin cesar. Ahora siento añoranza, melancolía, y no desprecios ni reproches. Ahora, Irene, te veo… e instantáneamente me arrepiento de la multitud de deseos egoístas y rancios que me trajeron esta noche a estos lares. Ahora te siento, mi Irene. Y mis ojos no dejan de llorar, pero esta vez de una alegría inusitada e inesperada. ¿Eres tú, Irene?
No sé si estás detrás de todo esto allá donde te encuentres, o el mero equilibrio de esta naturaleza bella es la resultante de mi cambio de actitud. Pero yo estoy seguro de que eres tú. Pues nadie supo apaciguarme de tal forma, nadie consiguió que volviera al sentido común y ordenase mi cabeza y corazón. Nadie. Si te has valido de este paraje, gracias por recuperarme. Pues en un año, dejé de ser yo para transformarme en una persona llena de odios y oscuridades. Y hoy, vuelvo a ser el de siempre, tu Jaime. Perdona mi amor por venir a reprocharte y tu darme lo que siempre de otorgaste, comprensión y amor. Hoy traía una rosa para con cierto desdén tirarla al mar, olvidarte, y pasar página. Pero no lo haré. Me la llevo de vuelta. Pues será la clave inequívoca de que volviste a recuperarme, a devolverme a ese Jaime desaparecido, pero sobre todo a tu amor incondicional.
¿Irene, eres tú? Da igual, para mí lo eres. Solo me queda decir unas palabras que en nada turbarán esta noche. Te quiero y Gracias, Irene.

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